XXXVII
ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DE MONSEÑOR ROMERO
24.03.2017
– Texto de la Homilía
Pbro.
Dr. Juan Vicente Chopin
(Este es el texto de la homilía que se leyó en todas las misas a las que fui invitado)
1.
Contextualización:
“Cien años de fidelidad a la verdad”
En estos días estamos viviendo una serie de
factores que hacen pensar que la canonización de Mons. Romero está cerca.
El primer
elemento es que, en el marco de la Asamblea Anual del Secretariado
Episcopal de Centro América (SEDAC), celebrada en Guatemala, del 21 al 25 de
noviembre de 2016, el arzobispo de San Salvador, Mons. José Luis Escobar Alas,
fue elegido presidente del organismo eclesial que reúne a los países
centroamericanos. De igual forma, el obispo auxiliar de San Salvador, Mons.
Gregorio Rosa Chávez, asumirá la secretaría del SEDAC. La nota periodística
especifica que la nómina de ambos obispos se hace en el contexto de la posible
canonización de Mons. Romero y la beatificación del jesuita salvadoreño Rutilio
Grande y agrega otros datos: «corresponderá al nuevo presidente y al nuevo
secretario del SEDAC animar los preparativos para la celebración de los 75 años
–en 2017– de este importante órgano de comunión y colegialidad de la Iglesia en
Centro América, lo mismo que otros proyectos conjuntos de los episcopados
centroamericanos, como el camino de preparación para la Jornada Mundial de la
Juventud 2019, en Panamá». También tómese en cuenta que fue un obispo
salvadoreño, Mons. Luis Chávez y González, quien jugó un papel protagónico en
la conformación de este ente colegiado de la Iglesia Católica en Centro
América.
El segundo
elemento es la visita Ad Limina
Apostolorum (a “los umbrales de San Pedro y San Pablo”), que todos los
obispos salvadoreños están obligados a realizar entre el 20 y el 25 de marzo de
2017. La elección de la fecha no puede ser casual. El encuentro con el Papa
genera mucha expectativa en orden a la canonización y por ello, Mons. Rosa
Chávez, recientemente, ha dado declaraciones provocando entusiasmo entre los
seguidores de Mons. Romero.
El tercer
elemento es que del 9 al 12 de mayo de 2017 los obispos de Latinoamérica y
El Caribe, realizarán su Asamblea General en San Salvador, para honrar la
memoria de Mons. Romero. Se trata de un acontecimiento de mucha importancia,
pues tendremos en nuestro país representación de los jerarcas católicos del
continente latinoamericano. No olvidemos que Mons. Romero jugó un papel
protagónico en la Asamblea General realizada en Puebla (1979), en vísperas de
su martirio.
El cuarto
y gran acontecimiento es el centenario del natalicio de Mons. Romero, el 15 de
agosto del año en curso. Esta es una buena fecha para la canonización, pero
ello va a depender de lo que el Papa diga a los obispos en la visita Ad Limina que están realizando en estos
días. Aunque la fecha aparece demasiado próxima, puesto que ello depende de la
agenda del Papa y de la comprobación de un milagro. Nosotros estaríamos
contentos que se realizara en agosto de este año. En esta línea, ya se habla de
un milagro que ha sido admitido y que podría pasar los requerimientos
canónicos. En todo caso, mejor vamos a esperar las noticias que nos traigan
nuestros pastores, para sustentar mejor nuestro deseo de ver a Mons. Romero
canonizado.
Como podemos ver, el año 2017 será un año
intenso para los cristianos salvadoreños, en cuanto respecta la memoria de los
mártires. El proceso canónico de Rutilio Grande está muy avanzado y el
centenario del natalicio de Mons. Romero atraerá la atención de la opinión
pública nacional e internacional. De modo que no obstante la situación de
crisis social, de confrontación política y de corrupción que vive nuestro país,
estas son noticias que deben llevarnos a levantar nuestra estima. La figura de
Mons. Romero pone en alto el nombre de El Salvador, pero está a nosotros hacer
el propósito de hacer bien las cosas y aprovechar este signo de los tiempos.
Ese debe ser nuestro mayor empeño.
2.
Mons.
Romero, el «Testigo fiel» de los salvadoreños
Este
año, el aniversario del martirio de Mons. Romero concurre en día viernes, y
como todos los viernes de cuaresma, se tiene muy presente la tradición popular
del Via Crucis. Como Jesús, Mons.
Romero vivió su propio calvario, pero también, como él, resucita de la muerte.
Así como el contubernio de los sumos sacerdotes, escribas y fariseos no
pudieron evitar que los discípulos de Jesús proclamaran su resurrección. Así
tampoco, la alianza perversa de la oligarquía recalcitrante, los escuadrones de
la muerte y los eclesiásticos que los secundaron, no pudieron contener el que
Mons. Romero resucitara en su pueblo. De ello dan prueba los miles de personas
que lo respetan como santo. Ya en su momento, Don Pedro Casaldáliga dejaba
constancia de los oscuros motivos de la muerte de Mons. Romero, cuando dijo en
su memorable poema: «Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a
divisa. Como Jesús, por orden del Imperio».
Pero
Mons. Romero viene a ser en nuestros días el «Testigo Fiel» del que habla el libro
del Apocalipsis, es decir, «el
Primogénito de entre los muertos» salvadoreños (cfr. Ap 1,5). Siguiendo las indicaciones del Apocalipsis, Mons. Romero es el Ángel de la Iglesia Salvadoreña,
porque Dios conocía su tribulación, su pobreza y las calumnias de sus asesinos,
que se llaman cristianos sin serlo, y que son en realidad como dice el mismo
texto «una sinagoga de Satanás» (Ap
2,9). Así, en nuestro mártir se cumple la escritura que dice «mantente fiel
hasta la muerte y te daré la corona de la vida. El que tenga oídos, oiga lo que
el Espíritu dice a las Iglesias: el vencedor no sufrirá daño de la muerte» (Ap 8,10-11). Mons. Romero es ese cordero
salvadoreño que fue degollado pero que sigue en pié (Ap 5,6). Y sus compañeros mártires «son los que vienen de la gran
tribulación; [los que] han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la
sangre del Cordero» (Ap 7,14). A
ellos nuestro respeto y admiración.
Mons.
Romero y el padre Rutilio Grande pueden ser comparados con los dos testigos de
los que habla el Apocalipsis: «Ellos
son los dos olivos y los dos
candeleros que están en pie delante del
Señor de la tierra». Como dice el texto: «Si alguien pretendiera hacerles
mal, saldría fuego de su boca y devoraría a sus enemigos». Y esto está
sucediendo: la memoria de los mártires está por encima de la memoria de los
verdugos. La Bestia ―entiéndase Roberto D’Aubuisson y sus corifeos― mancilló su
humanidad, les hizo la guerra, los venció, los mató. Dejó sus cadáveres
tendidos en las ciudades que no son Sodoma y Egipto, sino San Salvador y El
Paisnal, «allí donde también su Señor fue crucificado». El texto continúa
diciendo que «no está permitido sepultar sus cadáveres». Y tiene que ser así,
para que quede constancia de la entrega de estos hermanos nuestros y constancia
también de la insaciable maldad de sus asesinos. Pasados tres días y medio
―dice el texto― «un aliento de vida procedente
de Dios entró en ellos y se pusieron de
pie». Y una voz fuerte les dijo «“Subid acá”. Y subieron al cielo en la
nube, a la vista de sus enemigos». Nosotros, testigos de estas cosas, así como
se dio en Mons. Romero y en Rutilio Grande, damos «gloria al Dios del cielo»
(cfr. Ap 11,1-13).
3.
Las
idolatrías de nuestros días: actualidad del pensamiento de Mons. Romero
El
pensamiento y la predicación de Mons. Romero siguen teniendo actualidad. Al
respecto voy a referirme a su Cuarta Carta Pastoral, titulada oportunamente: Misión de la Iglesia en medio de la crisis
del país, firmada el 6 de agosto de 1979.
La
carta está inspirada en el texto del documento de Puebla (27 de enero al 12 de
febrero de 1979). Entre los motivos que dieron origen a la carta se mencionan
las «nuevas formas de sufrimientos y atropellos [que] han empujado nuestra vida
nacional por caminos de violencia, venganza y resentimiento»; habla también de
«esperanzas y expectativas» (cfr. n. 3).
En
ese contexto, Mons. Romero habla de evitar dos reduccionismos en el proceso
evangelizador: por una parte, acentuar solo los elementos trascendentales de la
espiritualidad y del destino humano; por otra parte, destacar solo los
elementos inmanentes del Reino de Dios (cfr. n. 36). En el primer caso, se
llevaría a los fieles a no interesarse por las situaciones que aquejan a las
personas en la historia. En el segundo caso, se prescindiría de la gracia de
Dios y de la misión de la propia Iglesia. Como camino de solución, Mons. Romero
indica cinco pasos: 1) Una sólida orientación doctrinal; 2) La denuncia
profética del pecado, en función de conversión; 3) Desenmascarar las idolatrías
de nuestra sociedad; 4) Promover la liberación integral del hombre; 5) Urgir
cambios estructurales profundos.
El
primer paso se refiere a la prioridad
que tiene Dios y su revelación en el proceso evangelizador. En esto el
magisterio de Mons. Romero encuentra plena correspondencia con el magisterio
del Papa Francisco, quien afirma: «En cualquier forma de evangelización el
primado es siempre de Dios» (EG 12). Mons. Romero advierte cuán necesaria es la
verdad de la revelación de frente a la mentira de los hombres: « ¡Qué necesaria
resulta esta “columna de la verdad” en un ambiente de mentira y falta de
sinceridad, donde la misma verdad está esclavizada bajo intereses de la riqueza
y el poder! » (n. 38).
El
segundo paso, la denuncia profética
de la mentira, la injusticia y de todo pecado que destruya los proyectos de
Dios, no tiene una finalidad negativa, «sino que tiene un carácter profético,
busca la conversión de los que cometen el pecado» (n. 41). Naturalmente, hay
sectores de poder afincados en el pecado que reaccionan negativamente ante la
denuncia profética, llegando hasta la persecución de los heraldos del
Evangelio.
El
tercer paso suponía desenmascarar las
idolatrías de ese momento. Él menciona tres:
a) Absolutización de la riqueza y
de la propiedad privada,
b) Absolutización de la seguridad nacional,
c)
Absolutización de la organización.
En
cuanto respecta la absolutización de la
riqueza y la propiedad privada, sus palabras resuenan con fuerza en la
actualidad:
La absolutización de la
riqueza y de la propiedad lleva consigo la absolutización del poder político,
social y económico, sin el cual no es posible mantener los privilegios aun a
costa de la propia dignidad humana. En nuestro país, esta idolatría está en la
raíz de la violencia estructural y de la violencia represiva y es, en último
término, la causante de gran parte de nuestro subdesarrollo económico social y
político.
Este es el capitalismo
que condena la Iglesia en Puebla siguiendo el magisterio de los últimos Papas y
de Medellín. Quien lee estos documentos diría que están describiendo las
situaciones de nuestro país que sólo pueden defender el egoísmo, la ignorancia
o el servilismo (n. 45).
Estos
planteamientos de Mons. Romero encuentran perfecta sintonía con el magisterio
del Papa Francisco cuando afirma los cuatro no contra el capitalismo salvaje:
“no a una economía de la excusión”, “no a la idolatría del dinero”, “no a un
dinero que gobierna en lugar de servir”, “no a la inequidad que genera
violencia” (EG, nn. 52-60). Así se expresa el Papa Francisco: “El afán de poder
y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en
orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio
ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos
en regla absoluta” (EG, n. 56).
En
lo que toca la absolutización de la seguridad nacional, este aspecto ha tomado
matices distintos. Si en el período de la guerra fría se entendía como
fortalecimiento de los regímenes militares instalados en los gobiernos de los
países latinoamericanos, en la actualidad reaparece en lo que se ha llamado
“golpes de estado suaves”, es decir, maniobras mediáticas para desprestigiar a
las personas que han representado a los sectores más desprotegidos. En nuestro
país adquiere la forma de una «dictadura judicial», donde los magistrados de la
sala de lo constitucional aparecen no como legisladores al servicio de las
mayorías populares, sino al servicio de las élites acomodadas de la oligarquía
salvadoreña y a partidos políticos que históricamente se han servido de la
buena voluntad del pueblo salvadoreño, pero nunca lo sacaron de pobreza.
La
tercera absolutización de la que
habló Mons. Romero fue la que se refiere a las organizaciones populares.
Monseñor dice que este tipo de absolutización en principio tiene una finalidad
buena, «porque surge del pueblo en uso del derecho de organización para
procurar, teóricamente, el bien del mismo pueblo» (n. 49). A renglón seguido
enumera la serie de degeneraciones en las que incurre dicha absolutización:
politiza demasiado su actuación, como si la dimensión política fuera la única o
la principal en la vida personal de los campesinos, obreros, maestros,
estudiantes; trata de subordinar a sus objetivos políticos la misión específica
de otras organizaciones gremiales, sociales y religiosas; la dirigencia de una
organización, absolutizada por el problema político, puede desinteresarse
prácticamente de otros problemas reales o desatender los criterios ideológicos
de la base, que son los mismos problemas y criterios que interesan a la mayoría
del pueblo; llega a tan alto grado de sectarismo, que le impide establecer
diálogo y alianza con otro tipo de organización también reivindicativa; lo más
grave de este fanatismo de la organización es que convierte una posible fuerza
del pueblo en un obstáculo para los mismos intereses del pueblo y para un
cambio social profundo (n. 49).
En
la actualidad, lo que podemos notar es que los dos partidos políticos más
grandes de este país, con tal de mantener sus intereses partidarios, se han
olvidado de solventar los problemas reales que aquejan a nuestra sociedad. Ni
las elites acomodadas invierten en las zonas marginales. Ni el partido en el
poder ha logrado realizar la revolución cultural que urge a los salvadoreños.
Sus dirigencias están tan dogmatizadas que ya rayan en la gerontocracia, con
evidentes visos de intolerancia y la consiguiente falta de entendimiento, todo
ello en detrimento de las mayorías populares. Los pocos logros que se van
alcanzado quedan ofuscados por la furibunda guerra mediática a que somos
sometidos permanentemente los salvadoreños.
4.
Las
realidades que esperan redención
La
sociedad salvadoreña vive en una permanente cuaresma sin ver claro el día de su
resurrección. De modo que es importante que nosotros, si nos decimos discípulos
de Jesús, nos empeñemos en hacer posible esa aurora que tanto necesita nuestro
pueblo. De tal manera que debemos poner en evidencia aquellas realidades que
necesitan redención.
1. Dada
la derogación de la Ley de Amnistía, que protegía a muchas personas
involucradas en crímenes de lesa humanidad, nos unimos a los sectores sociales
que piden se reabra el caso de Mons. Romero: «Solicitamos la apertura del
proceso penal contra responsables intelectuales, materiales y cómplices del
asesinato de monseñor Oscar Romero».
2. Queremos
que se tome en serio la petición presentada por nuestro arzobispo, en el
sentido de que se apruebe una ley que prohíba la explotación minera en El
Salvador. Estamos esperando también la aprobación de la Ley del agua. A
propósito de esto, el Papa ha dicho que existe la «tendencia a privatizar este
recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del
mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho
humano básico» (LS, 30).
Algunos
voceros de la oligarquía recalcitrante de este país, han pretendido acallar la
voz del actual arzobispo. Nos llama la atención una de las frases utilizadas: «El
retorno de la iglesia a la política nos llena de tristeza». En esto nos unimos
a las voces que ya han respondido a dicha provocación: a la Asociación de
Radios Comunitarias (Arpass), que hablan del retorno a un lenguaje ‘escuadronero’,
como el que en su tiempo fustigó a Mons. Romero. A la nota del señor Héctor
Silva Ávalos, y a los lúcidos análisis que hace en su artículo titulado
«extrañas voces» (Revista Factum). Y al editorial de la UCA a propósito de este
tema.
La
tristeza de los oligarcas contrasta con la alegría del Evangelio de la que
habla el Papa Francisco. La oligarquía salvadoreña está contenta cuando la
iglesia se acomoda a sus intereses y se entristece cuando ella apoya las
mayorías populares. Esa actitud es comprensible, porque ellos nunca han estado
de parte de los pobres, prueba de ello es que, en tantos siglos de dominio
ejercido sobre esta nación, no han querido sacarla de la miseria. Pero
comprendemos su tristeza, porque a nosotros nos alegra que los campesinos tengan
vida y no cáncer provocado por la explotación minera. Su tristeza no es debida
al hecho de que el actual arzobispo se pronuncie contra la minería, sino a la
segmentación centenaria de la serie de injusticias cometidas por dicho poder
hegemónico. Su tristeza, en definitiva, es producto de la serie de pecados que
han cometido, el principal de ellos es el asesinato de Mons. Romero.
En
tanto en cuanto los poderes hegemónicos de este país no logren ponerse de
acuerdo, no solo el la salvaguarda de sus intereses, sino también y sobre todo,
los intereses del pueblo, nunca tendremos paz en El Salvador.
Que
Dios, por intercesión de Mons. Romero, bendiga a nuestro pueblo.
5.
Lecturas
recomendadas
Matt Eisenbrandt, Assassination of a
Saint. The Plot to Murder Óscar Romero and the Quest
to Bring His Killers to Justice, University of California Press, California 2017. Epílogo de Benjamín Cuéllar. Reseña en la Revista Factum.
Anselmo Palini,
Una terra baganta dal sangue. Oscar
Romero e i martiri di El Salvador, Paoline, Roma 2017. Prefacio
de J. M. Tojeira y epílogo de Juan Chopin.
Juan Vicente Chopin,
Teología del martirio cristiano.
Implicaciones socio-eclesiales, Fundacultura, San Salvador 2017.
José Luis Escobar Alas,
Carta Pastoral «Ustedes También Darán
Testimonio, Porque Han Estado Conmigo Desde el Principio» (Cf., Jn 15, 27).
Carlos Dada, «Así
matamos a Mons. Romero», artículo del 22 de marzo de 2010. Periódico El Faro.
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